Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

Bienvenidos a mi blog. Todas las imágenes y los textos del blog son de mi única y absoluta autoría para el disfrute de quien sepa apreciarlo.

(Para quienes sólo quieran ver mis obras pictóricas, las encontraréis aquí http://raultamaritmartinez.blogspot.com.es/ )


viernes, 17 de junio de 2011

La guitarra dormida

La guitarra dormida

Eleanor no era joven. Los grandes amores, los amores eternos del “siempre te amaré” acabaron marchitos como flores en un jarrón olvidado.

Aquel atardecer tocaba en su guitarra viejas melodías que ella misma compuso y que nadie llegó a escuchar, protegida bajo un frondoso árbol, en lo alto de la loma. 

El otoño cortaba uno a uno los tallos de las hojas que caían sobre ella en cálidas espirales que los rayos del sol irisaban en un festival de luces. Desde allí veía su casa, edificada entre una espesa vegetación. Le esperaba un ramillete escogido de fieles amigos que acudieron a su llamada.

Caminó lentamente y cuando llegó hasta el jardín, todos la rodearon en silencio. Los había convocado para asistir a un evento muy especial: el funeral de su guitarra. Cogiéndola firme por el mástil, la acostó sobre el túmulo de piedra levantado frente al pozo, decorado con guirnaldas de rosas rojas.

Merecía su propio ritual. Había sido su fiel compañera desde el día en que su padre se la puso en los brazos como a un recién nacido, sin saber que en ese momento la renacida sería su propia hija.

Todos elevaron sus copas en señal de respeto y esperaron a que la anfitriona apurara el champán para secundarla sin pronunciar palabra.

Eleanor apartó con sus pies descalzos las hojas muertas del jardín en su camino hasta el portal de la casa, cruzó el zaguán y subió las escaleras hasta el ático abuhardillado. Allí le esperaba su joven amante, tembloroso. Se sentó a su lado, a espaldas de la ventana por la que entraba el sol del atardecer.

A contraluz, Eleanor le hizo al muchacho un gesto convenido y él, con la cabeza gacha, sollozando, sacó el cuchillo de su funda de cuero. Con mano trémula cortó las delicadas muñecas de Eleanor profundamente. Después, unió sus labios repletos de lágrimas a los de ella, que se tornaban pálidos por segundos, como si transmutaran en nube, o en ceniza, o en alma que se desvanece.

La sangre caía a borbotones empapando los tablones a sus pies. Recorrió como una cascada escarlata la escalera y anegó el jardín, arrastró hojas multicolores, pétalos indolentes. Los asistentes contemplaron con estupor cómo aquel afluente carmesí ascendía por las paredes del túmulo donde la guitarra dormía, donde el viento tañía caprichosamente los bordones poniendo banda sonora a la muerte de la tarde…, a la muerte de Eleanora y su mundo... a la muerte del amor eterno.


Autor: Raúl Tamarit Martínez

martes, 7 de junio de 2011

La carta

Desde que empezó la mili repite la pregunta:
-¿Tengo carta colega?
No la espera de nadie en concreto, de nadie en especial. Pero él lo ha convertido en una rutina.
-Hoy no César.
Otro día entra con pasos cansados en el pabellón, arrastrando las botas deshebilladas de manera indolente. Vuelve a preguntar con voz nasal:
- ¿Me han traído carta, colega? - fingiendo indiferencia, serio, mientras desbarata el montón buscando su nombre.
- No, creo que no.
Cuando acaba, el vacío vuelve a llenar sus pupilas.
- ¡Buá!! - dice, y se aleja moviendo la cabeza como un viejo péndulo, contrapesando el movimiento irregular del resto del cuerpo y el de sus sentimientos. Pega una chupada al cigarrillo tirando el humo por la nariz y alza las cejas con gesto displicente.
Me apenaba verle más tarde, sentados en el bordillo de la acera, mientras el sol caía tras los barracones, esa sonrisa enmarcada por la melancolía y la mirada perdida tras las cosas. Era como un niño a quién le hubieran robado en un descuido la felicidad.
Se le humedecían los ojos cuando me contaba cómo miles y miles de colegas se acercaron hasta la estación de Chamartín para despedirle entre abrazos y vítores. No daba abasto con tanto achuchón jeje. Y cuando se le ahoga la risa, se queda mirando al suelo y una calada ilumina apenas un rictus burlón que cuelga de su sonrisa.
Es triste verle rebuscar distraídamente esa carta que nunca llega, de alguien que parece no existir, día tras día, y simular al instante que no le importa: “Buá!, verle crear su escaparate de suficiencia, y saberle tan vulnerable, tan perdido.
En fin, ahí está otra vez.
- Hola tronco, ¿tengo carta?
- No me he fijado. Mira tú a ver.


jueves, 2 de junio de 2011

La memoria de Célula

¿Qué habría dicho Newton si alguien le hubiese hablado de la Teoría de la Relatividad de Einstein o de que hay partículas subatómicas cuyo comportamiento es contrario a la intuición humana? Y sin embargo, el tiempo, el trabajo, el experimento dirigido por teorías acertadas por muy extrañas que en un principio parezcan y la fe inquebrantable en una idea que se bate en desigual batalla contra la corriente científica del momento ha conseguido que la Humanidad avanzara hasta altas cotas de conocimiento.

En eso estaba pensando Célula, y sobre la opinión que de su memoria tienen el 99,99(...)99% de los científicos. Estaba ofendida e indignada. Una célula, cuando nace, puede convertirse en casi cualquier cosa, almacenando en su crecimiento, íntimamente unida a otras, toda la memoria que se supone sólo conservan las células cerebrales. La memoria de un ser está en todas y cada una de sus partes. Por lo tanto, la memoria colectiva universal, está en todos y cada uno de los seres que la componen, animados e inanimados. Esta teoría, tan revolucionaria como absurda para la mayoría, es uno de los grandes secretos a voces del Universo.

Quizás algún día, en algún tiempo, todos compartamos esta verdad.

Quizás algún día, en ningún tiempo, consigamos descubrirla en nuestro interior.

Por lo pronto, a Célula no le preocupa que se ignore su sabiduría. La vida está tan llena de misterios como la muerte. Y lo único que hacen los humanos es sorprenderse de su poder, continua, constantemente. Y de su propia ignorancia, constante, continuamente.