Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

Bienvenidos a mi blog. Todas las imágenes y los textos del blog son de mi única y absoluta autoría para el disfrute de quien sepa apreciarlo.

(Para quienes sólo quieran ver mis obras pictóricas, las encontraréis aquí http://raultamaritmartinez.blogspot.com.es/ )


lunes, 30 de abril de 2018

Barca entre cañas

Una vez acabado el dibujo miré la barca, sus trazos, el tono, el contraste.

- "¿Qué ves" me pregunté. 
- Veo una barca. 
- "¿Nada más?". Pues..., unos cañizos alrededor. 
- "¿Y...?"

Intenté cubrir todo el área del dibujo buscando motivos, cosas, hasta que me di cuenta de lo que me quería decir a mí mismo. Entonces respiré profundamente, sonreí y cerré los ojos. En un instante me encontraba en aquel lugar. La brisa soplaba suave, cálida. La luna dejaba sobre las mansas aguas reflejos como diamantes. Floté en aquel ambiente hasta subir a la barca. Mis dedos resbalaron por la largas hojas de los carrizos, pasé la mano por el agua y me refresqué la cara. No existía el ruido, sino un rumor de naturaleza continuo, como una melodía ancestral. No existían las prisas, los pensamientos que rompen insolentemente la armonía. No existía la angustia, ni el dolor. No existía el miedo...

Volví pausadamente a esta realidad y miré el dibujo decepcionado. Nada que ver con el paisaje vivido, nada que ver con la autenticidad de ese otro mundo real.

RaulTamaritM-Barca entre cañas-29,7x21cm-Pastel

Regreso

Le reza a todos los dioses, de rodillas frente a la ciudadela que ocultó sus miserias.

Arlon Ferdersson Wrismid ha aprendido en su ingrato ostracismo que la felicidad, y quizá la redención, no se halla en ningún lugar físico.

Traía la piel de las manos levantada, quemada, envuelta en trapos mugrientos. Los labios hinchados, cubiertos de heridas purulentas. La cara ennegrecida por el sol de mil infiernos. Pero aún le quedaban fuerzas para rezar, confiando en que sus plegarias fueran escuchadas en los más bellos templos del Reino de los Cielos.

Al otro lado del río le esperaban probablemente horrores sin fin. Golpes, palizas, insultos, desprecios. Sin embargo, esa espectativa era deseable frente a los insufribles monstruos del camino.

Le temblaron las piernas al incorporarse. La larga capa ocultaba un esperpento, una insegura construcción de huesos y pellejo. Se subió a una desvencijada barca y remó con decisión hacia la otra orilla. Las pocas almas que aún daban bandazos por la ribera ni siquiera le prestaron atención.

Raúl Tamarit Martínez - Regreso - ilustración digital
Se arrastró por callejuelas inmundas hasta el palacio. En las soberbias puertas de oro repujado, dos guardias, cada uno sujetando con cadenas a un gran perro de presa, cruzaron sus lanzas doradas frente a él.

- ¡Alto! ¿a dónde cree que va? -le increpó el más alto.

El rostro de Arlon se hallaba oculto bajo la capucha.

- Descúbrase y diga su nombre.

Arlon permaneció inmóvil. El segundo guardia le gritó.

-¡Obedezca!

Arlon con movimientos premeditadamente lentos mostró su rostro y los guardias, al verlo iluminado por las antorchas, hicieron un gesto de repugnancia y tiraron de las cadenas de los canes.

Arlon pareció esforzarse para hablar. Movió lo que parecían labios y empezó a decir:

-Arlon...

Los perros comenzaron a ladrar furiosamente lo que obligó a los guardias a sujetarles con más fuerza.

-...Ferdersson...

Los perros se volvieron locos, los ojos parecían salírseles de las orbitas y la boca se les llenó de saliva.

-... Wrismid...

Los perros se lanzaron sobre la garganta de los guardias y no pararon hasta que quedaron inmóviles bañados en sangre. Después, con la cabeza gacha, olisquearon los pies de Arlon y emitieron lamentos muy agudos.

Flanqueado por ellos, Arlon atravesó el portón. Un cuerpo de guardias corrió hasta él, y al verle se apartaron. Siguió caminando, arrastrando las sandalias hacia la puerta principal del edificio de palacio. Los perros, dejando un rastro de sangre, andaban a su lado vigilantes.

Arlon entró por fin en el salón del trono, repleto de gente atenta a las palabras de la reina. Los vecinos y nobles allí reunidos le abrieron paso entre murmullos y Arlon se detuvo frente a la reina, que no daba crédito a lo que veía.

-¡Tú aquí! ¡Maldito pordiosero!¡Leproso rey del estiércol! -la reina estaba fuera de sí- ¡Guardias! ¡¡Guardias!!

Nadie acudía a su llamada.

Los perros miraban a Arlon, a la reina, a Arlon... éste adelantó las manos hacia la reina, apretó los dientes, los perros endurecieron los músculos de sus patas, gruñían expectantes, Arlon juntó los dedos corazón y pulgares, la reina seguía llamando enloquecida a la guardia, y Arlon chasqueó los dedos, que sonaron como disparos entre montañas.

Los perros destrozaron a la reina, esparciendo sus pedazos por todo el salón, los cortesanos corrieron despavoridos en todas direcciones. Arlon se quedó solo. Subió los cinco escalones del trono y se sentó en él. Cubrió de nuevo su cabeza descarnada con la capucha y permaneció en silencio durante horas, con los dos perros tumbados a su lado.

Nadie se atrevió a entrar en el salón del reino hasta medianoche, cuando los rayos de luz lunar incidían sobre el trono iluminando el cuerpo de Arlon, tirado en el suelo, muerto.


La captura

Un perro siempre espera algo bueno de ti, tu mejor versión, y por eso te mira con esos ojos de profundidad infinita, de confianza sin límites, de amor incondicional.
Por eso, cuando traicionas esa confianza, cuando le haces daño, cuando lo maltratas o le abandonas, o desatiendes su cuidado, nunca tiene una mirada o un gesto de reproche. Más bien al contrario. Es entonces, cuando te mira con esa intensidad de inquebrantable fe en que acabarás amándole como él te ama, que acabarás siendo para él, el Dios que siempre ve en ti.

Raúl Tamarit Martínez - La captura - ilustración digital

Faros en la noche

Cuando el héroe llega justo a tiempo para salvar a la inocente víctima de entre las garras del malvado asesino, no tiene precio.



Raul Tamarit Martínez - Faros en la noche - ilustración digital

sábado, 28 de abril de 2018

Luna llena

Fue entonces cuando lo recordé, mientras miraba la luna llena moverse por el cielo en aquella noche atónita.
Recordé el sabor del caramelo carmesí que se despegaba de tus labios mientras te besaba a cámara lenta, aquella manzana de azúcar pegajosa de un rojo intenso y brillante que endulzaba mi universo y me estallaba en el pecho.
Recordé tus ojitos de cristales irisados de amor, bañándose en mis pupilas. Y el discreto tránsito de la luna me llevó de estos a otros recuerdos, por caprichos de la mente, con la indolencia de un niño que, jugando a la rayuela, no repara en la hormiga que mata, o en la infancia que muere a cada paso, a cada abrazo, a cada te amo o con cada desengaño.
Recordé luz de faros sobre el mar deslumbrando a la diosa de la noche, destellos de nuestros cuerpos entre las crestas de las olas, sumergidos o emergiendo como peces voladores que cruzan sus alas en pleno vuelo y caen silbando entre suspiros.
Luego, la luz rutilante y fría del sempiterno espía muestra su rotunda frescura, en un deambular de caracol perdido en la soledad de la noche estelar.

Raúl Tamarit Martínez - Luna llena - 29,7x21cm - lapices

Se llamaba Gloria

Se llamaba Gloria. Murió de pena.
¡Era tan bella recién nacida,
brillaba tanto en la basura!
Creció entre golpes y estropajos,
aferrada a la vida,
entre escobas y llantos.
¡Tenía tan fresca la mirada,
iluminaba tanto su sonrisa!
Parió sin descanso, crió sin respeto,
y su cuerpo destrozado
acabó un día de lluvia sobre el fango,
seco.
Se llamaba Gloria. Vivió de paso.
¡Era tan bella, era tan hermosa!
¡Gloria, la llamaban!
Aunque murió de pena.
¡Y de espanto!

Raúl Tamarit Martínez - Pena - 29,7x21cm - lápices


¿Tiene memoria el olvido?

¿Tiene memoria el olvido? Es una pregunta absurda en tanto el olvido es la pérdida de memoria. Sin embargo, si la memoria no es perfecta, ¿porqué ha de serlo el olvido? Si nuestra facultad de recordar depende de múltiples factores, ¿no le ocurre lo mismo a su contrario? En no pocas ocasiones recordamos lo que creíamos totalmente olvidado y olvidamos algo que estábamos seguros de que nos esperaba en la biblioteca de nuestra memoria. Por lo tanto, me atrevería a afirmar que sí a la pregunta. Porque hay momentos en los que estoy tan completamente seguro de haberte olvidado, como lo estoy de estar condenado a recordarte.


Reposo - 29,7x21cm - Técnica mixta (inspirado de imagen vista en la red)



Derrotado

Hay ocasiones únicas, en las que no luchas por ganar, momentos en los que conseguir la victoria no es lo importante. Son batallas que sabes perdidas antes de empezarlas, batallas por defender una idea o un sueño imposible, pero que en sí mismas justifican el esfuerzo, el sacrificio e incluso la muerte.


Derrotado - 29,7x21cm - Técnica mixta