El color dorado de sus cabellos y esos ojos grises y profundos la enamoraron instantáneamente.
El también se enamoró y muchos días nadaron juntos en las aguas frías de la costa.
Un día, ella le convenció con gestos de que saliera del agua. Lo cogió de la mano y lo adentró en la arena pedregosa de una solitaria cala.
Al llegar a un rincón acogedor él la miró un instante y lentamente cerró los ojos, abriendo y cerrando espasmódicamente las hendidas membranas del cuello.
Cuando hubo muerto asfixiado, ella acarició tiernamente su piel azul, su sexo de color verde esmeralda y después de posar un beso húmedo en su boca salada, con un cuchillo separó de los hombros la cabeza reclinada en su regazo. Arrastró el cuerpo al mar y le dijo adiós moviendo dulcemente los dedos de la mano.
En un bolso marrón con empedradura multicolor introdujo la cabeza agarrándola por los rizos dorados, sonrió y anduvo alegremente hasta su casa junto al acantilado, donde le aguardaba su magnífica colección de cabezas azules.
P.D.: Como podéis comprobar la imagen es para despistar jajaja.
Muy tuya! jajajajaja
ResponderEliminarUfff papá, me has llegado x) qué giro más triste le has dado a la historia, te ha salido genial, me ha encantado. Por cierto, la imagen es preciosa, qué pedazo sireno :) un beso artistazo!!
ResponderEliminar:-) Podríamos calificar este relato de truculento.
ResponderEliminarUn saludo
Jajaja ¿truculento? Pues sí, y muy ¿retorcido? :-d
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