La insistencia de Aira a Nikito, no provocaba más que un reforzamiento de la voluntad de éste de actuar como un samurai o un caballero de la Mesa Redonda, enloquecido por su amada. "¡No quiero que me defiendas!" Suplicaba Aira. Pero era imposible. Ni la actuación temprana de los padres, ni la tardía de la policía conseguía disuadirle.
Crecieron juntos en esta simbiosis indeseada y Aira lloraba, sufría y desesperaba cada vez que la presencia de Nikito ahuyentaba a sus amistades y pretendientes. Nikito repartía mandobles, tortas y blasfemias a todo aquel que se le acercaba. Una vez logrado su objetivo, retornaba al modo de reposo activo, moviendo los ojos oblicuos a diestro y siniestro, buscando amenazas contra Aira.
El Protector |
Las autoridades nunca vieron en la actitud y proceder de Nikito motivo para detenerle o alejarle legalmente de Aira. Sólo la protegía.
Y Aira suspiraba por una vida sin Nikito: Mirar por la ventana y no verle, tomar el desayuno en la cocina de su casa y no presentirle, salir y no esquivar las mangas de su kimono, mirar el poniente y no descubrir sobresaliendo, la coleta trasnochada de Nikito entre las ramas de los almendros en flor. Su olor corporal estático, inequívoco y profundo cerca, alrededor.
Cuando Aira miraba la luna soñando una vida sin Nikito, de pronto veía su silueta moviéndose felinamente, contoneándose contra la pálida redondez lunar, acabando su kata especial formando con los brazos en alto un corazón, y con su cuerpo, letra a letra, el nombre de Aira. El paso del tiempo fue combando los cuerpos, pero no la frustración de Aira ni el corazón de Nikito. Llegó el momento en que defenderla del mundo consistió en blandir un bastón tembloroso en el aire y un gemido en la garganta.
Un día, Aira, giró su nevada mirada a la ventana de su cuarto. EL sol caía como una pompa de jabón sobre las montañas. Algo había cambiado. Notó una falta, una ausencia. Abrió la ventana y husmeó la noche buscando un olor. El olor a Nikito. Se asomó apoyada en el quicio de la ventana, buscándole fuera, junto al umbral de su casa, de pie, en la penumbra del ocaso. Pero no estaba. Aira sintió que el aire se huía de su pecho. Corrió a la entrada de su casa, abrió la puerta y gritó más alto, más agónico de lo que ella pretendía: "¡¡Nikito!!" Le salió rota la llamada. Nikito no acudió.
A la mañana siguiente, Aira preguntó por él a todos sus conocidos, a sus vecinos, a sus hermanos y primos. Nadie conocía a Nikito, nadie le había visto nunca. Jamás.
Conmovedora historia.....es preciosa...y el dibujo es una autentica joya....felicitaciones...un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias María. Me encanta tu comentario :-d Besos.
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