Sento intentaba agarrar al bicho, pero la madre cogió lo primero que vio, una figurita de porcelana de Lladró de 1969, y se la estampó a su hijo en toda la calva. El animalito y Sento cayeron al suelo fulminados.
-¡Hijo! -gritó la madre.
-¡Mamá! -gritó el hijo.
-¡Hiiiiiiiiii! -chilló el... en fin.
Desde el suelo, Sento tenía al pequeño vampiro a la altura de sus ojos, y le observó rechupetearse los pelos del hocico. El bicho le hizo ojitos y lanzó un último suspiro antes de desmayarse junto a los trocitos de porcelana.
Después de aquello, Sento ya no volvió a ser el mismo. Cambió su vida de diurna a nocturna. Acudía a todos los saraos, pubs y discotecas hasta que acababa desayunando en el primer after que pillaba.
Le echaron a patadas del trabajo, su madre ya no le esperaba despierta y el murciélago, que acabó enjaulado como un loro, solo revivía cuando Sento le ofrecía el pulgar con unas gotitas de su sangre alcoholizada.
Sento se fue transformando, degeneró hasta convertirse en un ser grotesco y antipático. Adonde iba, la gente se distanciaba de él unos metros y murmuraban sobre su aspecto y el hedor que emanaba a pesar de los litros de L'eau de Kaphrón en el que se bañaba.
Aquella madrugada regresó un poco antes a casa. Se extrañó al ver que la jaula del murciélago estaba abierta. Y al entrar en el comedor se le cayeron las llaves del susto. Un ser enorme colgaba de la lámpara cabeza abajo agarrado por largos dedos pintados de rojo carmesí. De la cintura le caía el batín de flores como unas hojas de alcachofa dejando a la vista unas grandes bragas color carne y al final, rozando el suelo, la cara redonda y rosada de su madre, con los brazos cruzados y roncando como un tren de leña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario