Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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lunes, 30 de abril de 2018

Regreso

Le reza a todos los dioses, de rodillas frente a la ciudadela que ocultó sus miserias.

Arlon Ferdersson Wrismid ha aprendido en su ingrato ostracismo que la felicidad, y quizá la redención, no se halla en ningún lugar físico.

Traía la piel de las manos levantada, quemada, envuelta en trapos mugrientos. Los labios hinchados, cubiertos de heridas purulentas. La cara ennegrecida por el sol de mil infiernos. Pero aún le quedaban fuerzas para rezar, confiando en que sus plegarias fueran escuchadas en los más bellos templos del Reino de los Cielos.

Al otro lado del río le esperaban probablemente horrores sin fin. Golpes, palizas, insultos, desprecios. Sin embargo, esa espectativa era deseable frente a los insufribles monstruos del camino.

Le temblaron las piernas al incorporarse. La larga capa ocultaba un esperpento, una insegura construcción de huesos y pellejo. Se subió a una desvencijada barca y remó con decisión hacia la otra orilla. Las pocas almas que aún daban bandazos por la ribera ni siquiera le prestaron atención.

Raúl Tamarit Martínez - Regreso - ilustración digital
Se arrastró por callejuelas inmundas hasta el palacio. En las soberbias puertas de oro repujado, dos guardias, cada uno sujetando con cadenas a un gran perro de presa, cruzaron sus lanzas doradas frente a él.

- ¡Alto! ¿a dónde cree que va? -le increpó el más alto.

El rostro de Arlon se hallaba oculto bajo la capucha.

- Descúbrase y diga su nombre.

Arlon permaneció inmóvil. El segundo guardia le gritó.

-¡Obedezca!

Arlon con movimientos premeditadamente lentos mostró su rostro y los guardias, al verlo iluminado por las antorchas, hicieron un gesto de repugnancia y tiraron de las cadenas de los canes.

Arlon pareció esforzarse para hablar. Movió lo que parecían labios y empezó a decir:

-Arlon...

Los perros comenzaron a ladrar furiosamente lo que obligó a los guardias a sujetarles con más fuerza.

-...Ferdersson...

Los perros se volvieron locos, los ojos parecían salírseles de las orbitas y la boca se les llenó de saliva.

-... Wrismid...

Los perros se lanzaron sobre la garganta de los guardias y no pararon hasta que quedaron inmóviles bañados en sangre. Después, con la cabeza gacha, olisquearon los pies de Arlon y emitieron lamentos muy agudos.

Flanqueado por ellos, Arlon atravesó el portón. Un cuerpo de guardias corrió hasta él, y al verle se apartaron. Siguió caminando, arrastrando las sandalias hacia la puerta principal del edificio de palacio. Los perros, dejando un rastro de sangre, andaban a su lado vigilantes.

Arlon entró por fin en el salón del trono, repleto de gente atenta a las palabras de la reina. Los vecinos y nobles allí reunidos le abrieron paso entre murmullos y Arlon se detuvo frente a la reina, que no daba crédito a lo que veía.

-¡Tú aquí! ¡Maldito pordiosero!¡Leproso rey del estiércol! -la reina estaba fuera de sí- ¡Guardias! ¡¡Guardias!!

Nadie acudía a su llamada.

Los perros miraban a Arlon, a la reina, a Arlon... éste adelantó las manos hacia la reina, apretó los dientes, los perros endurecieron los músculos de sus patas, gruñían expectantes, Arlon juntó los dedos corazón y pulgares, la reina seguía llamando enloquecida a la guardia, y Arlon chasqueó los dedos, que sonaron como disparos entre montañas.

Los perros destrozaron a la reina, esparciendo sus pedazos por todo el salón, los cortesanos corrieron despavoridos en todas direcciones. Arlon se quedó solo. Subió los cinco escalones del trono y se sentó en él. Cubrió de nuevo su cabeza descarnada con la capucha y permaneció en silencio durante horas, con los dos perros tumbados a su lado.

Nadie se atrevió a entrar en el salón del reino hasta medianoche, cuando los rayos de luz lunar incidían sobre el trono iluminando el cuerpo de Arlon, tirado en el suelo, muerto.


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