Pero su fe es irreductible, la esperanza siempre arde en su pecho. El Esperando carece de género y de capacidad para ver la verdad. Por eso sigue dejándose girones de piel por las calles que anda, por las tiendas que pisa, por las playas que pasea.
Por eso, sigue sin darse cuenta de los girones de corazón que le quedan prendidos en cada foto atiborrada de recuerdos, en cada mirada soñadora que a través de los visillos dirige a las parejas que se abrazan bajo la lluvia.
El Esperando se va desvaneciendo como un fantasma por las estancias de su casa, se va volviendo invisible para los demás, que dejan de saludarle en el ascensor, que dejan de tocarle, de mirarle.
El Esperando ha desaparecido del mundo oficialmente mucho tiempo antes de que haya desaparecido para sí mismo.
Quizás el Esperando no exista, porque nunca haya existido: un insustancial sustantivo. O quizás, todos seamos o hayamos sido durante algún tiempo de nuestra vida... un triste y patético Esperando.
Que triste! me gusta mucho como llevas al lector paseando por cada imagen, por cada situación que describes, eres mi escritor preferido.
ResponderEliminarGracias Nuria, es una enorme satisfacción para mi que te haya gustado.
EliminarHola! Muy buena la entrada. Me gustaría que te pasaras por mi blog, hay una sorpresa! :)
ResponderEliminarMuy buena entrada, Raúl, pero ¿existe una salida para El Esperando?
ResponderEliminarUn saludo.
Estoy convencido de que sí, Ana. Pero él es el último en verla. Necesita un shok mental para salir del peligroso remolino que le arrastra hacia la autodestrucción. Algo muy difícil puesto que cierra todas las puertas de entrada a nuevas experiencias y emociones. Misión difícil. Bss.
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