Una franja de sol iluminaba las baldosas, subía por las sábanas de la cama hasta la pared. En su camino de luz destelló en el cabello rojo y húmedo de Elsa.
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Acababa de salir de la ducha y le gustaba sentir el calor del sol en el cuerpo mientras se secaba. Lo había convertido en un ritual placentero que finalizaba frente al espejo, desnuda, completamente segura de sí misma. Le gustaba repasar las cicatrices del maltrato que sufrió siendo una niña y que casi le cuesta la vida.
Se vistió con parsimonia. Primero el sujetador, y al final, comprobaba que el seguro estaba puesto y enfundaba la pistola. Se ajustó la placa, se guardó la documentación y cerró con llave.
Al irse, el apartamento quedó en silencio.
La franja de luz solar escaneó la estancia a lo largo de la mañana, como si creyera que Elsa aún estaba allí. Después, se escabulló una vez más tras las cortinas.
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