Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

Bienvenidos a mi blog. Todas las imágenes y los textos del blog son de mi única y absoluta autoría para el disfrute de quien sepa apreciarlo.

(Para quienes sólo quieran ver mis obras pictóricas, las encontraréis aquí http://raultamaritmartinez.blogspot.com.es/ )


miércoles, 3 de mayo de 2017

Bronco, el pirata

Era conocido como Bronco entre sus colegas.

Nunca aspiró a ser un grande, como Drake o Barbanegra. Solo quería regresar a su cabaña, darle de comer a su mascota y leer la montaña de viejos manuscritos que requisaba en sus abordajes. 

Dominaba varios idiomas, pero los textos que más le interesaban estaban caligrafiados en árabe. Se enamoró de los poemas, de los planos de barcos y edificios, de las filigranas geométricas, de las sorprendentes estructuras mecánicas... Pero sobre todo, lo que guardaba como un tesoro, era un pergamino amarillento y muy frágil con el que pasaba las horas muertas. En su deteriorada superficie, un artista anónimo dibujó con tinta de color caldera y suaves toques de albayalde, unas figuras que representaban cuerpos de mujer, en poses de gran elegancia y cuya belleza artística le subyugaba. Las miró hasta quedarse dormido.

Cada vez que regresaba de uno de sus saqueos traía algo nuevo.
Aquella vez regresó con una bella muchacha de ojos rasgados a la que no entendía. Se ganó su confianza tratándola con respeto, dándole un poco de espacio en su choza. Intentó imitar las pinturas que le fascinaban copiando a la joven, con diferentes pigmentos y materiales, pero ninguna de sus obras le satisfacía. Hasta que, observando su frustración, la joven se acercó a él con una sonrisa. Le cogió el pincel, lo mojó en tinta de calamar y sobre un pedazo de piel de carnero que extendió sobre las tablas del piso, empezó a arrastrar las cerdas empapadas. Bronco, boquiabierto, fue testigo del mayor prodigio que jamás viera. Las líneas de tinta bailaban, se unían, se fusionaban y conformaban al fin una imagen de una belleza extrema. 

Miró a la muchacha. Apartó de su rostro la espesa melena azabache y la besó cerrando los ojos. Pero sintió un fuerte picotazo en la boca que le despertó de repente. Su loro tenía hambre. Tumbado en el suelo, miró a su alrededor. Ni rastro de ninguna chica, pero sí de una botella de ron que rodaba vacía junto a su cabeza.

Un soldado del rey de España pateó la puerta de su choza y la luz del sol le cegó unos segundos. No pudo levantarse. La bayoneta le atravesó el pecho y le dejaron agonizando allí mismo. El dibujo rojo intenso, que Bronco creó escupiendo sangre sobre los tablones de su choza, le enamoró hasta morir.




Bronco el pirata - ilustración digital

No hay comentarios:

Publicar un comentario