Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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miércoles, 3 de mayo de 2017

FE MALDITA


El padre Samuel estaba un poco harto de repartir hostias. 

Cada vez estaba más convencido de que quienes tomaban el Cuerpo de Cristo no lo merecían. ¿Cristianos? ¡Ja! Usaban la religión para justificar sus vicios y ocultar sus zonas más oscuras. "Perdóneme Padre porque..." bla, bla, bla.

Estaba pasando una crisis, como cuando empezó el noviciado. Le cansaba ponerse y quitarse el alba, la casulla, la estola. Sostener el copón se le hacía insufrible hasta tal punto que le tentaba golpear en la cabeza a algún que otro creyente cretino, reincidente en abyectos actos mil veces confesados y mil veces perdonados a los ojos de Dios.

Una feligresa le aguardaba arrodillada en el confesionario. Se colgó la cruz sobre la sotana y cerró la cortina granate al sentarse en el interior. Se persignó tres veces y miró a la mujer a través de la celosía. Era de una hermosura virginal. Ninguna imagen de santa o Vírgen de las que había visto a lo largo de su vida se le podían igualar.

Sin embargo, ese olor... Una mezcla entre dulce y amargo, un olor estanco, de patio húmedo y deshabitado.

El padre Samuel le hizo la señal de la cruz y la mujer pareció girar el rostro de pronto.

-¿Está Vd. bien?

La mujer, cubierta con una capucha negra, respondió en un idioma desconocido para él que sonaba a lascas cayendo sobre el agua.

Samuel se cubrió la cara con la mano en un gesto pensativo y escuchó escalofriantes gruñidos convencido de que cesarían pronto y ella empezaría a disculparse y a confesar pecados interesantes. 

Por fuera oyó murmullos y pasos apresurados que se dirigían a la salida dejando la iglesia en silencio. Casi podía oír los quejidos del pábilo de las velas derritiendo la cera. 

Un siseo le sobresaltó. Volvió a mirar a través de las finas tiras de madera, pero la mujer ya no estaba, lo que le produjo un cabreo irracional. ¡Más de lo mismo! El mundo se volvía loco por momentos. Se levantó bruscamente, corrió la cortina y dio un respingo: la mujer, de pie frente a él, le miraba con dos círculos incandescentes, abriendo la boca lentamente. Un hilo de saliva espesa unía los colmillos de ambas mandíbulas. Samuel se quedó petrificado cuando ella le asestó un mordisco brutal del que no pudo zafarse. Todo se le desenfocó y perdió el conocimiento.

En estado inconsciente, su cuerpo se metamorfoseó. Los feligreses más valientes que se le acercaban, huían espantados al verle.

Samuel recuperó el conocimiento y se incorporó con gran esfuerzo. Estaba rodeado de policías apuntándole con un arma. Gente común se protegía tras ellos. Le miraban con caras aterradas sin decir nada. Y el padre Samuel seguía sorprendido. No entendía nada. Pero una idea le inundó el cerebro: La iglesia emanaba un olor exquisito a sangre caliente y líquida. Y él se sintió poseído por una sed primitiva, que abría la garganta de todas sus células empujándole a saciarla.

Miró, como lo haría un depredador salvaje, a una de sus beatas favoritas. Toda la nave, la pila bautismal, los retablos, temblaron cuando saltó sobre ella como una bestia surgida del Averno.

Algunos de los presentes corrieron despavoridos, otros no podían reaccionar ante lo que veían, un par de policías dispararon sobre él hasta vaciar el cargador, pero Samuel seguía succionando incansable hasta que, una vez saciado su apetito, se levantó en silencio, se ajustó el alzacuellos con los dedos manchados de sangre, y ante la mirada atónita de todos, caminó como un dios entre lacayos hasta perderse en los secretos de la noche.


Fe maldita - ilustración digital

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