Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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sábado, 3 de marzo de 2018

Guardia mortal

La ventisca arreciaba convirtiendo los copos de nieve en proyectiles helados.

Carl se ajustó el pasamontañas alrededor del cuello mientras que el golpeteo de la nieve en el casco le aturdía. El AK5 pesaba una tonelada y no sentía los pies. La lágrima tatuada junto al párpado derecho destacaba sobre su tez pálida.

Habían transcurrido casi las dos horas de la guardia y lo que Carl esperaba que sucediera no ocurría.

Se presentó voluntario para esa guardia ante la sorpresa de sus compañeros de armas que esperaban aterrados a que el sargento leyera el nombre del infortunado.

El lunes anterior empezó todo. El soldado de la guardía de las 3-5 a.m. había desaparecido. Restos de sus tripas, el arma y ropas desgarradas descartaban la deserción. Todo el cuartel se puso en alerta.

El campamento se ubicaba en una de las más alejadas regiones, al borde mismo del Círculo Polar. Nadie tenía muy clara la utilidad de mantener activo un emplazamiento tan inhóspito. Y aún menos lógica tenía mantener aquel puesto en lo alto de un risco, a dos kilómetros de la base, desde dónde sólo se veía la luz mortecina de las farolas junto a los barracones de la zona norte. Una caseta de un metro cuadrado como único refugio, un teléfono fijo, una linterna de pilas y dos ventanucos con cristales cubiertos de escarcha.

El martes, el relevo dio en voz alta la seña al acercarse al puesto. La oscuridad era absoluta. Nadie cantó la contraseña. El cabo repitió la seña dos veces más. Silencio. El soldado de relevo se quejó cuando el cabo lo tiró al suelo.

- ¡Abajo!

Se acercaron a gachas a la garita. El cabo tocó algo duro y tibio con la mano. Gritó al iluminarlo y descubrir que era la cabeza, desgajada, del soldado de guardia.

Nadie quería ir a ese puesto el miércoles. Pero nombraron a Per. El jueves arrastraron a Jan hasta la garita y le encerraron con llave. El viernes llevaron a Erik a punta de pistola. Todos fueron masacrados, despedazados, con partes de sus cuerpos en las cercanías y rastros de sangre que se perdían en las profundidades del paisaje.

El sábado, Carl se presentó voluntario. Hacía apenas dos semanas de su incorporación al cuartel. No conocía a nadie, ni nadie le conocía a él. Por eso le miraron con el ceño fruncido pero con agradecimiento infinito brillando en sus pupilas. Otro para el matadero, pensaron.

A las 4.30 a.m. Carl creyó oír unos aullidos camuflados entre el estruendo del viento en su casco. Salió de la garita con el arma preparada y se acercó al borde del montículo. Delante tenía la oscuridad absoluta.

Centró su mirada en lo más profundo, donde parecía imposible que nada con vida prosperara.

De repente, un rugido inhumano contaminó el aire con su estruendo. Una sombra se acercaba amenazadora en dirección a la garita.

Carl lanzó el arma lejos de él. Se quitó el casco y las gafas. El ser continuaba su marcha aplastando la nieve a cada paso. Carl se deshizo de los guantes, de la cartuchera y del abrigo. Un ser monstruoso se plantó delante de él. La enorme cabeza quedó al nivel de la de Carl y sus miradas se enfrentaron. Un resplandor frío se extendió sobre el risco. Al cabo de unos instantes, un chillido agónico pareció elevarse y se fue perdiendo en la noche.

Cuando el relevo estuvo cerca del puesto de Carl se encontraron con un reguero de una extraña sustancia verdosa sobre la nieve que conducía a la garita.

El cabo Bjorn iluminó el interior de la caseta y gritó del susto. Un colgajo de piel con la forma de un ser humano estaba pegado a las paredes. Junto al hueco del ojo derecho podía verse el dibujo de una lágrima. Ni rastro de Carl. Solo la enfurecida ventisca seguía rugiendo y pegando deditos helados en sus asustados rostros de ser humano.



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