Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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sábado, 3 de marzo de 2018

La soledad del agua

RaulTamaritM-La soledad del agua-29,7x21cm
Lápices sobre papel Canson negro
Tenía el lomo deshecho, los brazos con tirones, la espalda crujida, pero había que seguir. Su vida la enfocaba en remar. Remar, cargar, descargar, remar.

Hoy se había levantado con el sol. Mientras se duchaba, su mujer le decía: "Tenemos que hablar". Se aseó y se sentó en la pequeña mesita de la cocina que asomaba a uno de los más antiguos canales de la ciudad.

Mientras sorbía el café, su mujer se sentó frente a él y le miró fijamente. Piero frunció el entrecejo al escucharle decir que quería dejarlo, que no aguantaba la vida que llevaba con él.

Por unos segundos no reaccionó, ¿o fueron minutos?

- ¿Qué dices?

- Que se acabó. Ya no podemos vivir juntos. -la voz de Paula sonaba extrañamente neutra.

- Pero, no lo entiendo. ¿Qué ha pasado?

No obtuvo respuesta.

-Está bien, está bien -repitió nervioso- cuando regrese del trabajo lo hablamos, ¿vale?

Piero le dio un beso en la cara a su mujer y salió corriendo al trabajo. Paula miró a un punto lejano a través de la ventana abierta con las manos sobre el mantel. De nuevo se sintió sola, más sola que nunca. Tan sola como el agua de los canales, sintiéndose uno de ellos, surcado millones de veces por las quillas de las barcas, con los remos clavándose en sus costillas, rodeada de las risas de otros, de los momentos románticos de otros, de la indiferencia de todos.

Piero esa mañana se aplicó con la misma energía de siempre, sin pensar en otra cosa. A mediodía regresó y subió a la casa apresuradamente.

-¡Paula!

Paula ya no estaba, ni sus enseres. A la izquierda del armario la ropa de Piero colgaba de las perchas más a la vista que nunca.

El barquero se preparó un café pausadamente, manteniendo la calma. Cogió la taza por el asa y a medida que se la acercaba a los labios más le temblaba la mano hasta derramárselo por encima.

Era incapaz de procesar lo que estaba pasando, así que decidió volver al trabajo. Se subió a la barca y remó, remó, pasaba bajo un puente y otro con los ojos muy abiertos, casi sin parpadear. Remó hasta que su cuerpo le dijo basta y dejó caer el remo. La inercia de la barca le llevó hasta un callejón oscuro, de los que nadie transitaba nunca. Allí se quedó, oculto a los ojos de los vecinos y los turistas, escondido como un gato aterrorizado, acurrucado y temblando sobre los sacos de mercancía.

La mirada se le quedó enganchada en las turbulencias del agua que lamían los cimientos desgastados de los edificios.

Repasó toda su vida junto a Paula y la dió por perdida. Quizás ella tenía razón. Sintió por primera vez que había desperdiciado la oportunidad de ser feliz junto a ella. Se encendió un cigarrillo y se puso en pié. A un lado, el callejón se extendía hundiéndose en una absoluta negrura. De alguna manera aquello representaba su pasado. Apuró al máximo el cigarrillo y miró al otro lado. La luz del atardecer se movía entre los ladrillos viejos haciéndoles parecer vivos.

Y, aunque el poder de la llamada de la oscuridad era muy potente, un último fogonazo de supervivencia le ayudó a agarrar el remo con una fuerza inesperada y dar la primera palada hacia una nueva e impredecible existencia.



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