Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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martes, 1 de mayo de 2018

Cristo crucificado

Pablito se asomó al pasillo de la gran iglesia desierta. Había asistido al dantesco espectáculo que su hermano mayor y sus amigotes decidieron perpetrar. Escondido entre los asientos, escuchaba sus risas frente al Cristo crucificado, al que escupían, le lanzaban cerveza, patatas fritas, ketchup y servilletas mojadas que se quedaban pegadas a sus sangrantes piernas o en su cabeza.
Al rato, se cansaron de la burla y se fueron a la carrera por la puerta lateral.
La iglesia recuperó la calma, su habitual e impresionante silencio. A Pablito se le ocurrió que podrían estar flotando en el espacio, donde había leído que nada podía oírse, excepto tu propia respiración dentro del casco espacial.
Esperó escondido hasta comprobar que nadie acudía. Encaró el largo pasillo y comenzó a caminar hacia el altar. Solo se escuchaba el roce de la goma de sus zapatillas. Se detuvo debajo del Cristo y levantó la mirada. Observó atentamente las manchas sobre la figura del cuerpo crucificado y le asaltó un sentimiento de lástima. Habría preferido que su hermano no hubiese hecho esto. Sintió la vergüenza ardiendo en sus mejillas.
La sangre policromada de la lanzada brillaba temblorosa a la luz de las velas. Pero sobre todo, brillaban los grumos que la cubrían. La cabeza de aquel hombre parecía inclinada para mirarle desde lo alto, como si quisiera pedirle ayuda. Pablito miró a su alrededor. Cogió la tela blanca que descansaba sobre el altar y una de las sillas que se alineaban contra las paredes del pórtico. Colocó la silla bajo el Cristo y, subido a ella y de puntillas, empezó a limpiar lo que su hermano había ensuciado. Pero por mucho que lo intentaba, apenas llegaba a frotar los pies de la mancillada figura.
Estaba sofocado por el esfuerzo cuando le sobresaltó el grito del anciano sacerdote:
-¡Eh, tú! ¿Qué estás haciendo?
Pablito perdió el equilibrio y se agarró de los pies del cristo para no caer, pero su peso arrastró la cruz y se estrelló con ella contra el mármol del suelo.
Veinte años después, regresó a la iglesia y se sentó en la primera fila. Había recorrido medio mundo y visto cosas asombrosas. Tras el altar, el viejo y reparado Cristo giraba aún la cara buscando a Pablito subido a la silla de puntillas. Pero nada como lo que Pablo tenía ahora delante de él. En el púlpito, dirigiéndose a los feligreses ceremoniosamente, el sacerdote levantó las manos con una hostia consagrada entre los dedos. Al bajar la mirada, vio a Pablo sentado frente a él, muy cambiado, pero la cicatriz de la frente le delataba. Con desbordante alegría y ante la sorpresa de todos los presentes, el sacerdote corrió a abrazarle y le susurró al oído:
-¡Dios! Cuánto te he echado de menos, hermanito.

Raúl Tamarit Martínez - Cristo - 29,7x21cm - pastel 
(inspirado en El crucificado, Cristo de la Buena Muerte, 
imagen en madera realizada por Juan de Mesa en 1620)

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