Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

Bienvenidos a mi blog. Todas las imágenes y los textos del blog son de mi única y absoluta autoría para el disfrute de quien sepa apreciarlo.

(Para quienes sólo quieran ver mis obras pictóricas, las encontraréis aquí http://raultamaritmartinez.blogspot.com.es/ )


jueves, 1 de noviembre de 2018

Rob

Ildefonso Ruzbein vivía en las calles en la época más oscura del Inconformismo, cuando los perros y los gatos habían dejado de merodear buscándose el sustento y habían sido sustituidos por los viejos robots desechados por los reformistas. A esos antiguos androides, tan viejos como él, Ildefonso les llamaba "robs" para simplificar. Ahora, las nuevas máquinas pasaban por ser casi humanos. El anciano los distinguía enseguida de los humanos auténticos porque nunca le miraban a la cara, ni se paraban para tirarle en la manta un sólo crédito.

Sin embargo, algo que nunca cambiaba era el despilfarro, el derroche, la basura. En los callejones poco iluminados, los ojos de los deteriorados robots eran la única luz que se veía entre las sombras.

Ildefonso aprendió de ellos. Se ocultaba lejos de las calles concurridas, o de las grandes avenidas, huía de las patrullas de policía y los furgones que retiraban sin descanso a los que, como él, consumían sus últimas fuerzas en un vano intento de miserable supervivencia.

El anciano contaba con algunos lugares estratégicos para pasar la noche. Algunas veces compartía espacio con algún rob, que también acabaron imitando el comportamiento de los indigentes. Puro mimetismo que compilaba su artificial cerebro usando anticuadas rutinas de programación.

Hacía mucho frío la noche en la que coincidió con el rob manco.

Cuando Ildefonso giró para adentrarse en el callejón, al que sentía como su hogar, sorteó mecánicamente la basura, los palés rotos, y al llegar a la altura de los contenedores, una luz tenue le hizo detenerse en seco. Enseguida dedujo que el lugar que él solía usar estaba ocupado por uno de esos robots sin dueño y vagabundos que pululaban por los barrios bajos. Su primera intención fue largarse de allí. Aquellas antiguallas eran impredecibles. Pero estaba demasiado cansado, así que cogió aire y se asomó con cuidado. El rob se sobresaltó al ver la cabeza asomar sin el cuerpo por el borde del contenedor. Ildefonso también se asustó y se volvió a ocultar. Como el rob no reaccionaba, volvió a asomar la cabeza más despacio y ante la pasividad de la maquina se mostró entero, seguido del carro con sus cosas personales. Con movimientos lentos se sentó a un metro del robot, que miraba hacia abajo sin moverse. Al cabo de un par de minutos, el androide giró el cuello y miró a Ildefonso con la luz rojiza de sus redondos ojos artificiales. El hombre se puso algo nervioso y dedujo que el rob estaba esperando algo. Así que le dijo:
RaulTamaritM-Rob-29,7x21cm-pastel

-Hola.

La luz de los ojos del rob subieron de intensidad un instante.

Ildefonso sacó de una bolsa de plástico un mendrugo de pan. Se paró con la boca abierta a punto de darle un mordisco. Miró al robot.

-Rob.

El robot le miró.

-¿Quieres un poco?

La máquina negó con la cabeza emitiendo un chirrido alarmante.

-Está bien. Como quieras.

Ildefonso sacó una botellita de plástico con aceite de oliva casi a la mitad. Se echó un chorrito sobre el mendrugo y se lo llevó a la boca con delectación.

El robot se había quedado observándole y emitió un ligero sonido, como un lamento. Ildefonso no se dió por enterado y el robot repitió el mismo sonido. El anciano se dio cuenta y le ofreció la botellita con aceite. Rob la cogió con los oxidados dedos de su mano derecha y la enfocó a la abertura que tenía como boca. Estaba a punto de vaciarla cuando de pronto paró y miró al anciano, que le hizo gestos de que se lo acabara. Así lo hizo y al viejo le provocó una sonrisa verle allí, con los cables sueltos que quedaban de su brazo izquierdo, con la botellita apoyada en su pequeña boca, esperando pacientemente a que cayera esa última gotita que resbalaba lentamente por las paredes de cristal.

Un balón vigía entró rodando en el callejón emitiendo rayos infrarrojos a su alrededor en busca de deambulantes como ellos. Ildefonso utilizaba la técnica del tronco para no ser detectado y le sorprendió descubrir que Rob hacía lo mismo. Quietos, conteniendo la respiración (al menos él) hasta que el balón siguió su camino calle abajo con las fotocélulas vacías de información. Ningún movimiento delator.

Ildefonso vació el pecho con un largo suspiro y Rob le imitó.

-Creo que tú y yo vamos a ser buenos amigos. -le dijo con el pulgar hacia arriba. Rob dudó un momento y le imitó con entusiasmo.

Pasaron meses juntos y la complicidad era absoluta. Los demás robots se mantenían alejados, quizás extrañados de la simbiosis.

Una noche, poco antes de amanecer, ambos cruzaban un parque sin ninguna iluminación. Cuatro jóvenes borrachos se fijaron en ellos. Se reían y burlaban de su aspecto. Enseguida el más activo se les acercó con la botella de alcohol en la mano.

-¡Eh, tú, viejo! ¡Sois una basura!

El anciano no contestó y agarró de la mano a Rob para que acelerara el paso.

-¿Es que estás sordo? ¡A ti te digo, mierda con patas! ¡Me dais asco!

Los otros tres seguían sentados en un banco riéndose de las gracias de su amigo, que se giraba guiñándoles un ojo.

-¡Vosotros os lo habéis buscado!

Les lanzó chorros de alcohol blandiendo la botella pero Rob se puso delante y le cayó la mayor parte. El joven sacó un encendedor, activó la llama y lo lanzó sobre ellos. El androide lo atrapó con su única mano y se prendió de inmediato como una antorcha entre las risotadas de los cuatro amigos. A Ildefonso, que apenas le había salpicado, le horrorizó la escena en la que su amigo chillaba asustado. Se quedó paralizado sin poder reaccionar.

Inesperadamente, Rob se abalanzó sobre el joven pirómano y lo aplastó contra su pecho. Ahora los gritos eran espantosos. Los amigos corrieron hasta ellos mesándose los cabellos pero ninguno se atrevía a acercarse a las llamas hasta que huyeron despavoridos. Pronto, tanto el robot como el muchacho se habían convertido en una masa carbonizada. Ildefonso lloró de rodillas a su amigo hasta que vino la patrulla.

Ningún policía le preguntó qué había ocurrido. Los ciudadanos que se aventuran a esas horas por las calles saben a lo que se arriesgan. La ciudad era implacable y engullía vidas sin parar.

Para Ildefonso, aquella tragedia significaba volver a deambular solo por las calles. Pensó que su amigo debía haberle dejado morir a él. Al fin y al cabo, Rob parecía tener más ilusión por vivir.

Se acercó a los restos carbonizados para despedirse. Ildefonso no pudo contener la emoción al descubrir que la mano de Rob se movía dificultosamente hasta que levantó el pulgar.

-Sí, Rob -y el anciano le copió el gesto- Buenos amigos para siempre.

El anciano se sentó sobre las cenizas frías, apoyó la cabeza del robot en su muslo y se quedó con él contándole cómo un día como éste conoció al amor de su vida, hasta que se apagaron las luces de sus ojos.

Mientras tanto, el sol iluminaba los edificios más altos y los pájaros seguían sin cantar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario