Entró en el cuarto de su madre y le dio un beso en la mejilla para no despertarla. Le extrañó verla rodeada de pañuelos de papel usados.
Salió de puntillas de la casa cerrando suavemente. Corrió hasta el ascensor, salió a la calle y le enfadó mojarse con la lluvia. Subió al autobús, saludó con la cabeza a los habituales desconocidos, que pasaron de ella, y se encogió de hombros.
Llegó a la oficina. Hacía un día de perros para todos. Nadie levantaba la mano ni la mirada para saludarla ni darle los buenos días. Qué asco. Se sentó en su mesa y se sonó los mocos. Le asqueó ver un poco de sangre en el papel.
Los compañeros estaban haciendo corrillos, alguna compañera daba un grito y se echaba a llorar. Algo grave había pasado. Pero ahora tenía algo más urgente de lo que ocuparse. La nariz no paraba de sangrarle y se fue al baño. Se lavó las manos y la cara. Le molestaba algo la frente y se miró al espejo. Se quedó helada. Tenía un enorme boquete entre ceja y ceja.
Una compañera entró hipando en el baño y se le echó encima, literalmente la atravesó, ocupaba todo su espacio físico como si... Volvió a mirarse al espejo horrorizada. Se metió el dedo en el agujero de la frente y a continuación las dos manos en la nuca. Un enorme boquete se abría donde debía estar su cráneo. En ese momento fue consciente de que nunca más volvería a trabajar en aquella oficina.
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