Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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jueves, 1 de noviembre de 2018

El ramo de boda

Solo era un ramo de flores, pero no un ramo de flores cualquiera.
Florina se afanaba en acudir a todas las bodas que podía, fuera como amiga o como visitante espontánea. Es lo que tienen algunas bodas, no se puede controlar a todo el mundo que acude. ¿Será un familiar que no reconocemos o será amiga de alguno? En fin, lo mejor era no darle importancia mientras no consumiera un cubierto en la mesa.
De esas dudas y sonrisas falsas se alimentaba Florina y se las arreglaba siempre para estar entre las damas que saltaban peleándose por conseguir el ramo de flores que la novia lanzaba al aire. Florina no se perdía ni un solo fotograma de la película que comenzaba en la mano de la novia, el ramo se despegaba de sus dedos, flotaba en el aire dando vueltas y vueltas, algún pétalo salía despedido al espacio en el viaje de reentrada a la atmósfera y seguía cayendo, haciendo espirales irregulares hacia las decenas de uñas de variopintos colores que se estiraban para agarrarlo. Pero las garras de Florina estaban hiperdesarrolladas y sus dedos se estiraban hasta lo indecible más que cualquiera de los demás. Sus falanges se tornaban gomosos y elásticos así como sus uñas kilométricas. Esas armas junto con algún empujón estratégico bastaban para conseguir el premio gordo. El ramo de la novia, la confirmación de que la próxima en casarse iba a ser ella.
El ramo de novia - ilustración digital
Cuando lo atrapaba gritaba, reía y lloraba de felicidad, se arrodillaba en el suelo apretujando el ramo en su pecho, como si se tratara de un bebé. Y las demás se apartaban de ella espantadas por el bochornoso espectáculo y la dejaban sola con su delirio.
Siempre acababa así. Florina se recomponía y con su ramo de flores, como una loca, paseaba por los alrededores del recinto, por los jardines, ignorando a las mujeres y mirando fijamente a los ojos de todos los hombres con los que se cruzaba, no le importaba que ellos la rehuyeran.
Al cabo de unas horas empezaba a sentir asco de todos ellos y comenzaba el regreso a su casa. Muchas veces andando, otras en autobús y las menos en taxi.
Al entrar en su casa, su madre le preguntaba desde la mecedora de la salita y ella se encerraba en su cuarto dando un portazo sin responder. Se sentaba en la cama y se comía el ramo. Empezaba con las florecillas más pequeñas y acababa royendo los tallos más duros. Después lo vomitaba todo, se duchaba, se ponía el pijama y hacía compañía a su madre, que la miraba de reojo con desaprobación.
Pasaron meses hasta que vio anunciada la boda de los Vinissiti. El día de la boda, consiguió pasar por entre los vigilantes de la puerta confundida en medio de un gran grupo de personas. Con su vaporoso vestido rosa hecho por ella, imitación a un Versace que le fascinó, rematado con una pamela al estilo Audrey Hepburn en "Desayuno con diamantes" a la que le cosió unas flores alrededor. Los zapatos de tacón alto a juego se los compró en un rastrillo, pero a ella le parecieron los de una princesa.
Una vez dentro de la fastuosa finca, fue repartiendo sonrisas a diestro y siniestro, intentando que no se le notara demasiado la férula dental. Los invitados se repartían por los alrededores del jardín y alguno se atrevía a adentrarse en el impresionante laberinto a espaldas del edificio.
Clarisa Vinissiti esperó a hacerle el corte a la enorme tarta con una espada del siglo XVI de la familia, antes de iniciar la ceremonia de lanzamiento del ramo.
Esta vez Florina no tenía apenas competencia, la mayoría de las jóvenes solteras lo rehuían por vergüenza, sin embargo alguna aceptaba por amistad hacia la novia. Pero incluso aunque hubieran luchado por él, no eran competencia para Florina. Nuevamente lo cazó como si se tratara de una inocente paloma y ella un ave de rapiña. Las otras cinco pretendientes se asustaron al oír su grito de triunfo y le hicieron el vacío. Florina respiro profundamente y salió del gran salón abrazada al ramo. Como de costumbre recorrió cada rincón en busca de su media naranja (¿víctima?) y sin darse cuenta entró en el laberinto.
Los muros de cipreses mutilados la forzaban a girar, a volver, a detenerse. En uno de los recodos descubrió un pequeño asiento de piedra. Descansó en él hasta que una joven pareja dobló la esquina y la vieron. El joven, al verla sofocada, se inclinó para preguntarle:
-¿Se encuentra usted bien, señorita?
La jovencita le sujetó el brazo con fuerza y tiró discretamente de él. Presentía en Florina cierta energía que la inquietó.
Florina miró al muchacho con ojos brillantes, pasó la lengua por sus labios para hacerlos más atractivos y le dijo:
-Mira, he conseguido el ramo de la novia. ¿Quieres casarte conmigo?
La acompañante del chico estiró de él ya sin contemplaciones.
-¡Vámonos de aquí! ¡Venga!
El muchacho aún desconcertado por la pregunta de Florina, se dejó arrastrar por su pareja hasta que la perdieron de vista.
-¿No te has dado cuenta? ¡Esa tía está loca! ¡Vámonos de aquí!
-¡Eh, cálmate! ¿No crees que estás exagerando? Me vas a arrancar la manga.
Florina les siguió con la intención de salir del laberinto y volver a su casa lo antes posible. Su frustración esta vez era absoluta.
Los jóvenes, que creían que les seguía con turbias intenciones, se pusieron nerviosos, no acertaban con el camino de salida, y se adentraban más y más en el laberinto seguidos de cerca por la esperpéntica figura de Florina, cuyo vestido empezaba a mostrar varios girones y las flores se le caían mustias a los lados del sombrero.
Tras varias caídas y con un ataque de nervios, la chica de la pareja lanzó un alarido de alivio al verse en el centro justo del dédalo, con la fuente y la estatua del arcángel Gabriel en el centro. De la punta de la espada del ángel surgía un flojo chorro de agua cristalina. Los dos jóvenes se apoyaron en el borde de la fuente sin parar de vigilar la salida por la que ellos habían llegado. Florina no aparecía por ella. Pensaron que había dejado de seguirles pero seguían tensos. Se mojaron la cara y la nuca. Estaban aterrorizados. Se pusieron a gritar auxilio y al cabo de unos eternos minutos el guarda de la finca apareció y les acompañó hasta el salón de la finca. Una vez allí, dieron la alarma por la presencia de la dama de rosa que les había acosado en el laberinto y que nadie conocía.
Mientras tanto Florina seguía perdida en el laberinto. Tras muchas vueltas, consiguió llegar a la fuente del ángel pero, al intentar agacharse para beber, sufrió un mareo y se golpeó en la frente con el dedo pulgar del arcángel. Cayó sin sentido dentro del estanque y se ahogó. La férula de plástico se le despegó de los dientes y quedó flotando junto con algunas hojas marchitas.
A la mañana siguiente muy temprano, la bruma cubría toda la loma y el laberinto aparecía rodeado de espirales de niebla fantasmagóricas.
El guarda, haciendo limpieza tras el festejo, llegó hasta el corazón del laberinto y advirtió un ramo de flores que sobresalía de la superficie del estanque. Se acercó y ahí estaba Florina, boca arriba, agarrada al ramo, como una Ofelia del siglo XXI, pero con una extraña sonrisa dibujada en sus labios. Sus ojos, abiertos e hinchados como huevos de gorrión, miraban fijamente al rostro cabizbajo del arcángel Gabriel, que parecía decirle muerto de amor: "Claro que sí, Florina. Sí quiero".

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