No había referencia a su persona o a su trabajo que no la concluyera con un: "¡...que una ya no se chupa el dedo!" y quienes la escuchaban intercambiaban miraditas de complicidad.
Cuando llegaba a su casa, repetía inconsciente un ritual que, al vivir sola, nadie le había afeado. Antes de dormir empezaba con pequeñas succiones en su dedo índice mientras leía o veía televisión. Y al acostarse, siempre del lado derecho, acomodaba el almohadón, apagaba la luz, cerraba los ojos y se metía el pulgar en la boca. Lo chupaba rítmicamente hasta que el sueño la devolvía a su infancia de nuevo, y amanecía sollozando y convencida de que aún la mecían, entre canturreos, los brazos de su madre.
Chupándose el dedo - ilustración digital |
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