La vecina del primero, la Matadora, recorría todos los días las 6 plantas con su matamoscas de estrecho mango de alambre rematado por una pala rectangular con rejilla de plástico verde: Su arma de destrucción masiva.
En su ansia exterminadora había golpeado con saña al vecino del 4º cuyos ojos saltones y su boquita de pitillo provocaba sus bajos instintos.
La comunidad la soportaba por interés. Así que se encerraban en sus casas hasta que la exterminadora finalizaba su ronda insecticida. Jamás encontraban cadáveres. Alguien difundió el rumor de que se las comía.
¡Plis! ¡Plas! era una batalla despiadada en la que siempre vencía la raza humana.
Un día, la Matadora no hizo su ronda. A la semana de inactividad, los vecinos llamaron a la policía.
La policía avisó a los bomberos que derribaron la puerta. Un olor melífluo les invadió el cerebro a todos. Incontables criaderos de moscas colgaban del techo, de las paredes, cubriendo todo el espacio de la casa.
Entraron a gatas en el cuarto principal y allí se toparon con la Matadora en estado de pupa, palpitando sobre la cama. Sobre ella, un moscón gigante con un poderoso parecido al vecino del 4º, revoloteaba sobre ella amorosamente.
La Matamoscas |
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