Bervered se enfrentaba a diario al mismo dilema: hablar o callar. Y siempre vencía el silencio. Su extraordinaria capacidad de observación le había aconsejado mantenerse al margen de las discusiones. Lo que le había ocasionado muchas incomodidades y más de una frustración. Pero le pareció que al sacar cuentas su saldo solía ser positivo. Así le pusieron el mote de Taciturno, que ganó al de Tonto, Bulto, Estiércol entre otros no menos gratificantes.
Quizás su mirada amistosa animó a la gente a no ser cruel con él.
Así, Bervered el Taciturno, un buen día decidió intervenir en las conversaciones y sus vecinos se sorprendieron. Sus razonamientos eran tan perfectos, tan prácticos, tan inteligentes que a muchos les molestó. Les ponía en evidencia públicamente su sospechosa sabiduría surgida de la "nada". Y empezaron a sustituir, con sutileza pero amablemente, el apodo de Taciturno, por el de Bocazas.
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