Para él el tiempo era como el barro. Podía modelarlo, podía suprimir pedazos, días, años. Podía manchar sus manos de minutos oxidados. Podía añadir un siglo a otro y aplastarlos, unir puntas, nodos, pespuntear sus límites, coser las mañanas del pleistoceno a las tardes del medievo. Y estar allí, en todas partes.
Harto de vivir amores sin amor y amar sin razones, su corazón se endureció a golpe de viaje y desarraigo. Hasta que tomó una lúcida decisión. Haría un viaje iniciático al Big Bang.
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