Nunca estuvo segura de sus raíces. Se sorprendía a sí misma mirando el cielo nocturno demasiadas veces como para recordarlas.
En su interior, íntimamente, se sentía unida al profundo cosmos, como si el roce de la luz de alguna estrella lejana acariciara sus pupilas hasta hacerla llorar de felicidad. Y soñaba. Soñaba con regresar a ese planeta cuyo nombre retumbaba en su mente sin cesar. Porque estaba convencida de que aquél era su verdadero hogar, que allí le esperaba alguien que también miraba al cielo con los puños apretados, de pie, gritando su nombre desde el planeta de sus sueños y pesadillas, suplicándole que regrese a La Tierra.
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