El muy gilipollas tenía razón. La vida es un sinsentido. Nos la pasamos creyendo que vamos a alguna parte, convencidos de que lo hacemos acompañados, y cuando menos te lo esperas te ves solo en medio de la nada.
Sin embargo, yo sí estoy convencido de que tengo un destino, y de que ella era mi compañera. Por eso no podía dejar que éste idiota se la llevara impunemente.
Ella ya no existe. Sus maletas se quedaron abiertas y su ropa tirada por la habitación, como las perlas de su collar, como su cuerpo.

Él huyó en su coche como un conejo asustado que acabaría suplicando por su insignificante existencia.
Pero mi destino quizá sea éste: en un cruce de un camino sin nombre, con una beretta en la mano, dibujándole en la frente el punto final a un papanatas carente del coraje para asumir la verdad de su propio discurso.
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