Era un pueblo atípico. Vivían en paz y armonía criando ganado, cultivando la tierra. Creían que los dioses les protegían de las continuas guerras. Solo una cosa les inquietaba: un gigante vivía pacíficamente junto al pueblo.
Ya estaba allí antes de que el valiente primer aldeano se atreviera a levantar su cabaña en el valle. Ahora en la aldea convivían 932 almas, y el gigante sobraba. En asamblea plenaria decidieron expulsarlo. El gigante, a regañadientes, cogió sus bártulos y se marchó. Los aldeanos celebraron con un gran festejo el destierro del coloso.
A la semana siguiente, decenas de mercenarios incendiaron la aldea, violaron y mataron hasta que solo quedó un montón de cenizas humeantes.
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