Una es verde, como la pulpa de un kiwi inmaduro.
Otra es naranja, la menos duradera, transitoria, casi prescindible.

Y cuando cesa la sangría, una pausa naranja se apodera de ella y la esperanza parece reinar todopoderosa de nuevo. Pero es un espejismo. El verde se evapora y la herida vuelve a abrirse para después cerrarse, y abrirse... Y millones de parpadeos verdes, naranjas y rojos bailan la predecible danza de la vida y la muerte de la ciudad.
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