Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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viernes, 8 de noviembre de 2019

De limpieza

Cuando veía a los demás, solo veía la vida que quería tener, la que rumiaba en su interior que merecía por sus muchos años de sacrificio y esfuerzo. Esa vida que no llegaba, cuando los achaques empezaban ya a aparecer.

Mientras barría en el edificio de oficinas miraba de reojo a los hombres y mujeres ataviados con trajes impolutos, yendo de un lado para otro aparentando estar ocupados en cosas muy importantes, y les envidiaba. Seguramente ellos no tenían que cuidar a un anciano padre, casi impedido y enfermo, sin ayuda de nadie. Y cuando acababa en el trabajo, aún tenía que seguir limpiando en casas particulares, hacer la compra y esperar que a su regreso a casa no le aguardara ninguna sorpresa desagradable.

Ese día Sara cumplía años. Cincuenta y cinco. Pero no habría fiesta. Un pequeño pastelito con una vela bastaría cuando regresara por la tarde. Se lo comerían los dos alrededor de la mesa camilla, en silencio, mirándose a la cara con ese gesto de "¿cómo hemos llegado a esto?". Luego Sara recogerá la mesa y esperará el pinchazo en las lumbares de cada noche mientras friega los platos.

Pero eso será después. Ahora, mientras guarda los utensilios en el diminuto cuarto de limpieza, se para frente al espejo. Se fija en el deterioro de su piel, en sus labios cuarteados y en las ojeras. El pelo descuidado le provoca una queja gutural. Se acicala brevemente y aparta la vista, incómoda ante su propia imagen.

"De limpieza"-boceto a tinta
Ella cree que la decisión de cuidar a su padre la destruyó. Y mientras friega el suelo, o le limpia el culo, piensa en sus hermanos y siente odio, un odio físico que le recubre los huesos y le causa un dolor constante. Isaías, Jesús y Saúl con sus vidas perfectas, y Luisa, sobre todo Luisa, la mayor, en su casita de caramelo, con sus hijos de juguete y su maridito de cuento de hadas. Ninguno quería saber nada de ellos dos. ¿A quién le preocupa el bienestar de un padre violento? ¿De un maltratador psicológico, para quien las palabras son cuchillos, o alfileres, o cigarros encendidos con los que torturar mente y cuerpo? Pero ya lo cuidaba Sara, así que también esta pieza encajaba en el cielo del puzzle de sus vidas de fantasía.

Como era su cumpleaños dejó de limpiar las oficinas media hora antes, se cambió de ropa y cruzó con su bolsito al brazo la planta cuarenta, que a esas horas de la tarde estaba repleta de personal. Ninguno se fijó en ella, nadie la miró ni la saludó en el trayecto hasta el ascensor. Bajó junto con cinco personas más que se alejaban de ella como si fuera a pegarles la fiebre amarilla. En la planta baja salieron todos delante y ella después, parsimoniosamente, sin prisa: era su cumpleaños.

Llegó a casa cuando el sol moría. Subió las escaleras de los cinco pisos. Metió la llave en la puerta y al abrir se le paró el corazón. La entrada estaba llena de heces, la pestilencia era insoportable. Su padre, al escuchar la puerta comenzó a gritarle desde el cuarto. A Sara se le cayeron las llaves y las lágrimas. Corrió hasta el cuarto y allí su padre semidesnudo golpeaba con el pie de la lámpara todo lo que le rodeaba. Sara intentó calmarlo y él le mordió el brazo y le arañó la cara.

Pero era el cumpleaños de Sara y ella estaba dispuesta a celebrarlo.

A los pocos días, sus hermanos recibieron cada uno un paquete. El de Luisa era el más grande y lo abrió con una sonrisa expectante. Dentro, la cabeza de su padre abría la boca para morder una manzana Red Delicious, lista para hornear.

Autor: Raúl Tamarit Martínez




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