Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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viernes, 8 de noviembre de 2019

Octavio

Octavio estaba muy harto.

Deseaba poder echarle la culpa de su hartazgo a algo concreto. Pero no lo había. La causa era un monstruo informe que crecía en su interior hasta cubrir todos los huecos. Ya casi no podía ni tragar.

Se acomodó en la silla del chiringuito. La playa se veía saturada de sombrillas de múltiples colores. Algunas gaviotas chillaban buscando alimento y paseaban descaradamente entre la gente con aires de superioridad. Ellas podían volar y las personas, como Octavio, solo podían arrastrarse por el suelo como gusanos, o como serpientes.

Octavio miró a un punto en el horizonte y se relajó. La ridícula gorrita que le había comprado su esposa junto con el bañador a rayas, apenas le hacía sombra en los ojos. La piel le ardía al sol pero no se movería aún. Camila iba a volver en cualquier momento. "Espera aquí" le dijo.

Se entretuvo mirando pasar a familias y grupos de jóvenes yendo y viniendo de la playa.

Octavio no tenía ganas de nada. Ni de vivir. Pero esperaría a su mujer un rato más.

Un camarero se acercó y le preguntó si quería algo. Pero Octavio ya no le oía. Solo tenía sentidos para aborrecer el calor y detestar la incomodidad de la silla.

Decidió levantarse, lentamente. Le dolía la espalda y las piernas crujían como madera vieja. No sabía si lo había decidido él o una voz interior se lo había ordenado. El caso es que se encaminó pisoteando la arena hacia el mar. En su rectilíneo camino pisoteó toallas, apartó sombrillas y empujó personas y tumbonas. Le insultaron, le gritaron, pero él, inmutable, siguió su camino y entró en el agua. Las pequeñas olas le parecían carámbanos en su piel enrojecida.

El agua le cubría ya el pecho y el gorrito se fue surfeando sobre una ola que le inundó la boca.

Octavio no sabía nadar, sólo intentaba seguir andando hasta que el mar empezó a zarandearlo como a una boya.

Alertado un socorrista sobre el sospechoso comportamiento del hombre del gorrito rojo y bañador a rayas, alcanzó a Octavio justo a tiempo. Le hizo el boca a boca en la orilla y Octavio escupió algas hasta que le entró una ruidosa bocanada de aire y tosió, y lloró, y blasfemó...

No respondió a ninguna pregunta, no habló con nadie, no quiso irse con el socorrista, así que le dejaron allí sentado hasta que se puso en pie y volvió hasta su silla del chiringuito.

Empapado y con arena mojada pegada a su cuerpo se centró de nuevo en aquel punto perdido en el horizonte que le relajaba.

Estaba harto de vivir, de que otros siguieran decidiendo por él.


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Camila apareció alisándose el pareo y ajustándose la pamela. Se paró frente a Octavio incrédula, miró alrededor, bajo la mesa, detrás de la silla, y por fin acercó su cara iracunda a la de Octavio y le preguntó:

-¿¡Qué coño has hecho con la gorra que te compré!?

Octavio permaneció impávido. Ella le dirigió un gesto de asco y se fue malhumorada a la barra a pedirse un cóctel.

Una mujer morena con un luminoso vestido blanco se acercó a Octavio que permanecía sentado en silencio. Se puso en cuclillas frente a él y le miró a los ojos con curiosidad. Octavio dio un respingo y le sonrió. La mujer le ofreció la gorra roja empapada y repleta de arena y también le sonrió. Él cogió la gorra, se inclinó hacia ella y se dieron un beso muy largo.

Camila que presenciaba la escena desde la distancia estaba atónita.

Octavio parecía un muerto que volvía a la vida. Aquella mujer fue su primer amor, pero para él había sido el único. Octavio le susurró:

-Te he esperado toda mi vida.

Se levantó y se perdió con ella entre el gentío por el paseo marítimo.

Camila soltó el cóctel y fue tras ellos gritando: "¡Octavio!", pero enseguida volvió sobre sus pasos contrariada y le llamó la atención el revuelo alrededor de la silla donde estuvo sentado Octavio.

Apartó a la gente y descubrió horrorizada el cuerpo de su marido, sentado, la cabeza caída hacia atrás con la boca abierta, inerte, y la gorrita roja atrapada entre sus manos.

Autor: Raúl Tamarit Martínez



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