Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Jugando entre limoneros

El sol se abrió paso entre las nubes recién descargadas y jugaba a las sombras filtrándose entre las ramas y las hojas reverdecidas de los limoneros.

Los destellos en las gotas de lluvia llamaron la atención de Julia y Diego que corrieron entre los árboles manoteando la fruta y riéndose cuando las gotas frescas caían sobre sus caras.

Volvieron la cabeza y vieron a su tía que continuaba buscándoles al borde del campo, junto a la carretera.

-¡Juliaaaaa! ¡Diegoooooo!

Ellos seguían jugando, riendo, corriendo entre los árboles frutales que se extendían hasta la falda de las montañas como un manto verde tachoneado de puntos amarillos.

El cielo se despejó y pronto, solo un intenso color azul flotaba sobre sus cabezas.

De repente el cabello rubio de Diego empezó a levantarse como si flotara bajo el agua. Igual le pasó a Julia con su hermosa mata de pelo azabache. Se empezaron ellos mismos a sentir ingrávidos y se miraron a los ojos, divertidos mientras giraban en el aire. Rieron como locos hasta que el efecto desapareció y cayeron suavemente sobre el campo.

Gertrudis no conseguía verles, así que sujetó el mando entre las manos y empezó a manejarlo tal y como le habían enseñado. Presionó sobre el icono con el dibujo de un limón y este se apagó. Inmediatamente, miles de limones cayeron al suelo y desaparecieron. A continuación, presionó el botón con el dibujo de rama con hojas y después el de tronco de árbol. En ese momento divisó fácilmente la figura de los niños corriendo hacia el río. Pulsó el botón del río. Los niños se detuvieron y se giraron para mirar a Gertrudis.

- ¡¡Nooooo!! ¡¡Queremos jugar más!! -le gritaron.

- ¡¡No puede ser!! ¡¡Ha llegado la hora!! ¡¡Volved conmigo!! -les pidió con gran esfuerzo.
Limón en rama - 22,9x30,50 cm - boceto al pastel

Julia le dijo algo al oído a Diego. Ambos miraron fijamente a Gertrudis unos segundos y echaron a correr hacia las montañas cogidos de la mano. Su tía apagó el icono con una montaña dibujada, y el de la tierra y el del cielo. En la pantalla que ocupaba toda la pared de la habitación del hospital, los niños quedaron corriendo en la nada.

Gertrudis permanecía de pie en el centro de la habitación, frente a la cama de ambos niños. Estaban en el décimo nivel, a 140 metros bajo tierra y la luz emanaba desde su izquierda de un panel con forma de ventana.

De las cabezas rapadas de Julia y Diego surgían cables que se conectaban con la pantalla. Los niños parecían inconscientes, aunque en la imagen de la pared seguían corriendo y riendo cogidos de la mano, suspendidos en el vacío. Sin embargo, en sus cuerpos físicos, sus bocas dibujaban una sonrisa y en los dedos de sus manos y sus pies se advertía leves movimientos.

La tía de Julia y Diego tenía el rostro bañado en lágrimas. Sin apenas fuerza en el cuerpo, se giró a mirar al alguacil médico que aguardaba inexpresivo e impaciente en la puerta de la habitación. Gertrudis tragó saliva. Le fallaban las piernas cuando acertó a apagar con un dedo tembloroso uno de los dos iconos con una silueta humana.

-Perdóname... -acertó a murmurar.

Julia desapareció de la imagen y la sonrisa y movimientos de sus dedos murieron. Diego aún corría en la gran pantalla, solo. Su cuerpo, estirado sobre la cama, se estremeció y emitió un gemido. Gertrudis miraba a Diego angustiada y justo cuando en la pantalla él paró de correr y se giró para mirarla desde la distancia, ella pulsó el botón que lo volatilizó. Ahí no pudo aguantar más y soltó el mando que se rompió contra el suelo.

La enorme pantalla se apagó. En la habitación solo se oía el agudo pitido de los electrocardiogramas. Los cuerpos inertes de Diego y Julia parecían dos sombras, restos irreales de una dolorosa pesadilla.

Los niños por fin habían dejado de sufrir, pensó.

Recobró la compostura, les dio un beso en la frente y salió de la habitación escoltada por el alguacil.

Aún no había dado diez pasos por el pasillo cuando escuchó la risa de sus sobrinos.

Con el corazón acelerado, apartó al escolta médico y corrió de vuelta a la habitación. Justo a tiempo para ver la enorme pantalla encendida de nuevo con los niños jugando jubilosos al escondite entre los limoneros y las camas de Julia y de Diego, vacías.

Autor: Raúl Tamarit Martínez


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