Drac sufría dolores de cabeza tan intensos que le quitaban el sueño durante el día y le aturdían toda la noche.
Andaba por las aceras del centro de la ciudad en busca de un cuello que llevarse a la boca, sin reflejarse en los escaparates de los comercios, ni en los charcos que como bandejas de plata se repartían sobre el asfalto.
Se había acostumbrado a no verse en los espejos, ni haciendo el pino en el lado cóncavo de las cucharas. Por eso no podía descubrir la causa de sus jaquecas: una pequeña herida en forma de cruz, cicatrizada en su frente.
RaulTamaritM-La señal de la cruz |
Intentó enfocar a su próxima víctima, que cruzaba despreocupadamente la calle hacia él. Pero le fue imposible. Se apretó las sienes hasta que sintió crujir los parietales.
Cuando el hombre pasó junto a él, le agarró del pelo y lo tiró al suelo. Éste intentó defenderse pero Drac lo tenía bien trabado. Le descubrió la yugular y justo cuando iba a hincarle el diente, el dolor le dio una punzada brutal y se desplomó sobre la acera. Circunstancia que aprovechó su potencial víctima para huir despavorido.
A Drac le ardía la frente. Esto acabaría con él donde fracasaron legiones de enemigos en sus dos mil años de existencia.
Se incorporó con rabia, se ajustó el sobretodo con cierto amaneramiento y giró la cabeza en dirección al escaparate de ropa que parpadeaba a su derecha. Advirtió con sorpresa un leve reflejo de sí mismo que empezaba a materializarse en el cristal y eso le asustó.
Se acercó hasta ver con claridad la herida, que formaba una espantosa cruz. Descubrió la señal de Caín marcada en su frente, y millones de recuerdos se desbordaron: vio los ojos llorosos de su madre cuando lo trajo al mundo, sintió el amor de su padre, la felicidad de su niñez, la angustia de su adolescencia, la serenidad de su juventud. Vio su propia muerte y su resurrección... y todo en un segundo eterno.
Sacó las uñas y se arrancó la piel hasta hacer desaparecer el odiado símbolo. Y enseguida, su imagen en el cristal se desvaneció como la bruma, junto con el dolor.
Drac dejó escapar un suspiro de alivio. Recompuso su aspecto, sonrió sardónicamente y se perdió en los callejones más oscuros recitando en voz alta sus versos favoritos de Las Astánides de Pizclo, cuando el héroe se levanta con vida de entre las fauces vencidas del Monstruo Tricapor, en un campo atestado de guerreros despedazados, una sinuosa niebla y recortado por una gran luna roja, levanta su espada y murmura al viento:
"Vino la Muerte y me marcó la frente,
pero las diosas del destino
me mostraron el camino
del nuevo rostro de mi suerte.
pero las diosas del destino
me mostraron el camino
del nuevo rostro de mi suerte.
¡Vivo! ¡Sigo vivo y más fuerte!
¡Limpio mi honor y mi estirpe
con la sangre de tus entrañas!
¡Limpio mi honor y mi estirpe
con la sangre de tus entrañas!
Y aunque rujan las alimañas,
mis manos jamás temblarán.
mis manos jamás temblarán.
Queden los tiranos por siempre
empujados por mi espada
¡hasta las Puertas de la Muerte!"
empujados por mi espada
¡hasta las Puertas de la Muerte!"
Y Drac siguió declamando, abrigo al aire, hasta ser deglutido por la garganta de la Gran Ciudad.
Autor: Raúl Tamarit Martínez
No hay comentarios:
Publicar un comentario