La anciana que abrazaba el manojo de flores detuvo la acción del corte de repente. Su extrema sensibilidad había podido observar ese movimiento defensivo de la planta justo a tiempo.
Con enorme tristeza dejó las tijeras sobre la tierra, se ajustó las gafas y se acercó cuanto pudo a la flor temblorosa. Una congoja que no pudo dominar se apoderó de ella. Paseó sus dedos sobre el húmedo tallo esmeralda, como si acariciara a una mascota.
Algo cambió en ella. Algo que le produjo una drástica metamorfosis conceptual. Se sintió sucia, malvada, cruel, hasta que rompió a llorar delante de la flor.
Nunca más cortó un tallo, ni lo permitió hacer a sus empleados en los cinco viveros que explotaba en la provincia.
Los despidió a todos y cerró el negocio.
Ligó su propia vida a la subsistencia de la flor que la convirtió en otro ser.
Se sentó en una silla de mimbre junto a la planta y acompasó sus latidos a la caída de los pétalos de la rosa. Cuando la flor inclinó la cabeza adornada de pétalos secos, también el cuello de la anciana se dobló dejando caer suavemente la barbilla sobre el pecho.
Sus hijos las enterraron juntas sin escatimar en gastos.
Aunque, en su bienintencionada ignorancia, cubrieron el panteón de miles de agonizantes cadáveres de flor recién cortada, en honor a la madre que los parió.
Autor: Raúl Tamarit Martínez
fotografía propia retocada "Rosa tronchada" |
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